Érase una vez (Once upon a time) una ciudad llamada Peñíscola, que tenía un carril bici. Era tanta la afición ciclista que se desató tras la inauguración del mencionado carril, que los habitantes del lugar ya no usaban los coches para desplazarse. Y, en consecuencia, desarrollaron una musculatura en las piernas equivalente a 138 caballos. La cercanía de los peatones y las velocidades que se alcanzaban, llegaron a suponer un grave problema de seguridad vial. Pero, Urbanito, que era un concejal muy observador, decidió realizar un trabajo de campo para estudiar el problema. Así pues, se apostó en la terraza de un chiringuito cercano a uno de los puntos negros del carril y, tras varias horas, la observación dio sus frutos. La observación, las cervezas y las raciones de oreja.
Aquí lo que hace falta es limitar la velocidad a un máximo de diez por hora - exclamó.
Preguntado por los vecinos por la manera de controlar los incumplimientos de la norma, Urbanito se reunió con más tapas de oreja y, en una servilleta, elaboró un borrador de ordenanza municipal por la que se impondría la implantación obligatoria de podómetros a los peatones, y la colocación de dos policías municipales con cronómetro y calculadora, para evaluar, con unos simples cálculos matemáticos la posible infracción.
Lo que yo no resuelva no lo hace un Think Tank -pensó para si mismo.
Pero Urbanito no era del todo feliz. Había resuelto un problema, pero habían más frentes abiertos. Había observado que los contenedores de basura estaban desperdigados a lo largo de la calle y, de repente, pasó fugazmente por su cerebro una idea: si los junto todos y los coloco en un extremo de un paso de peatones, además de obligar a la gente a cruzar por donde debe, les facilito la labor a los basureros, ganando en seguridad vial y en eficacia de recursos del ayuntamiento -pensó .
Así lo hizo, y desde entonces Urbanito vivió feliz comiendo tapas de oreja (las perdices, como que no le molaban mucho).
Y colorín, colorete, por la chimenea salen cohetes.
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