miércoles, 29 de mayo de 2013

INCONGRUENCIAS COTIDIANAS

Hace ya cuarenta años que compré una tortuga y un gato. Me encantan los animales, y una vez que entran en casa son uno más de la familia.

Gadget, el gato, era muy cariñoso y juguetón. Rara vez se enfadaba, salvo con algún que otro gato que intentara entrar en el jardín. Era su territorio, y en su territorio mandaba él.

Cuando Gadget alcanzó la edad de 16 años, una edad muy avanzada para un gato, enfermó y el veterinario nos dijo que no creía que se recuperase, que seguramente estaba sufriendo, y que en su opinión lo mejor era ponerle una inyección y que dejara de sufrir.

Accedí, y me quedé con él toda la noche, acariciándolo y mimándolo como nunca, deseando que no llegara el alba. Pero el alba llegó, y con él el veterinario. Gadget me miró con cara de despedida, con cara de decir: te quiero, se lo que vas a hacer y aún así te quiero porque lo haces para que no sufra. Recuerdo que lo besé y que contuve como pude las lágrimas, aunque realmente no pude. Él ronroneo en respuesta al beso. 

Aún así siempre me ha quedado la duda de si hice bien, de si acerté en mi decisión sobre la vida de Gadget.

Bolt, la tortuga sigue viva y ha crecido muchísimo. Me ha hecho mucha compañía, y ahora que soy un anciano de 95 años me doy cuenta de que el mundo ha cambiado mucho. No recuerdo cuándo se produjo el vuelco, cuándo se dio el punto de inflexión. Aunque poco importa eso ahora. Bolt ha pasado toda la noche despierta a mi lado acariciándome y mimándome como nunca lo había hecho. Acaba de entrar otra tortuga con un maletín. He mirado a Bolt con cara de decir: te quiero, se lo que vas a hacer y aún así te quiero porque lo haces para que no sufra. Bolt me ha besado con lágrimas en los ojos, y yo le he devuelto el beso.

Empiezo a sentir somnolencia y miro a Bolt con cariño. Sé que tendrá que vivir siempre con la duda de si acertó con su decisión.

Te quiero Bolt. Te quiero Gadget.






martes, 21 de mayo de 2013

BUCEO A PULMÓN

Bajo el agua crecen algas y otras especies. Jack Cousteau con sus documentales me aficionó al submarinismo, deporte que practiqué más asiduamente en mi niñez en aguas de Murcia y Málaga. Galicia para esto del buceo requiere de trajes de neopreno y otros complementos.

Recuerdo que cogíamos pulpos con la mano, sepias (nosotros las llamábamos jibias), sargos, rascacios (una especie de cabracho), lenguados, erizos, caracolas,...Paseábamos al lado de congrios y morenas que te amenazaban sacando un poco la cabeza, y abriendo y cerrando la boca.

La inmersión era el momento más extraño, pasabas de escuchar el griterío de los niños y el sonido de las olas a oír un silencio atronador, donde todos los sonidos se multiplicaban por mil y te daba la impresión de estar rodeado por cientos de almas en pena. Ruidos de cadenas, de cristales, de ir y venir de arena,..., pero como si estuvieras dentro de una burbuja.

Una de las cosas que más me gustaba hacer era sumergirme y bucear pegado al fondo, normalmente acompañado de dos pulpitos pegados en las muñecas, y algún otro pegado en la espalda. Al cabo de un rato los pulpitos se iban y yo seguía buceando.

Ahora mis oídos me permiten pocas aventuras submarinas, aunque aún puedo hacer alguna escapada en el Mediterráneo, o en Madrid. Sí, en Madrid. En plena sierra, me asomé a las profundidades y recordé mi infancia observando el fondo cubierto de algas.





Bueno, no fue exactamente igual que bucear, pero la fuente que lleva echando agua desde 1916 tiene una vegetación en el pilón que me trajo todos estos recuerdos. Y sin mojarme, como un político cualquiera.