domingo, 28 de diciembre de 2014

APERITIVOS NAVIDEÑOS



Estas fiestas son para disfrutarlas en familia. Las cenas de Nochebuena y Nochevieja, aparte del estrés que genera el trabajar y tener que preparar todo para que esas noches sean mágicas para niños y adultos, son momentos en los que todos nos reunimos en familia, todos preparamos comida, pedimos a Papá Noel que nos traigan regalos, o mejor dicho, que se los traigan a los niños. Y disfrutamos finalmente de una noche de diversión juntos.
 
Ésta pasada Nochebuena nos juntamos toda la familia en casa de mi madre, pero previamente distribuimos el trabajo a realizar para que no recayera toda la carga sobre ella. Así que la Iaia (mi madre, se pronuncia Yaya en castellano), como ya es muy mayor y se cansa mucho, según sus propias palabras, decidió que: ella solo hacía una ensalada, sopa de marisco y patorras de pavo al horno, Edu preparaba unas croquetas de pescado, Rafa pulpo a feira, y a mí me tocaban los entremeses restantes. Después la Iaia debió de encontrarse descansada porque también preparó caracoles. Menos mal que se cansa, que sino hace comida para media España.
 
Lo cierto es que las croquetas de Edu estaban cojonudas, y que a Rafa el pulpo le salió como si fuera natural de Carballiño. De Edu sabía que le pegaba al tema de los fogones, pero de mi otro hermano no tenía noticia alguna. Voy a tener que contratarlos como colaboradores del blog.
 
Por otra parte contamos con la colaboración de los más peques, mi niña adolescente El. y mis sobrinos E. y D., que prepararon  un postre navideño, se lo pasaron en grande haciéndolo, y se comieron la mitad de la nata a morro directamente desde el envase.
 
Y en este post también figura como estrella invitada Belén (un nombre apropiado para estas fechas), mi fisio. Ella tortura cariñosamente a un grupo de facinerosos compuesto por: Henar, la mujer de la risa floja, Patricia, la chica chinchulines (tengo que probarlos como sea), Luis, el último fichaje, Fernando, el negociador, y yo, el adorador de Homer. Belén, a parte de intentar que hagamos malabarismos con las pesas sobre los fitballs para que nuestras maltrechas espaldas no se resientan con los quehaceres diarios, y de tener una paciencia que roza el infinito, me sugirió hace unos días unas formas de adornar la comida en Navidad, haciendo una especie de Árbol de Navidad con queso, o con salchichón, y unos Papá Noel con fresas. Así que, a partir de ellas, decidí preparar algunos de los entrantes que me habían tocado en el reparto. Sé que aún le debo la realización de alguna que otra idea que me ha dado, pero por ahora espero que me dé el aprobado en éstas. Si no le gustan seguro que tengo que hacer más pesas, o meter barriga cuando hago los ejercicios, y después de estas fiestas no sé donde puedo meter este panzón.
 
Pues eso, que la Nochebuena y la Nochevieja son para disfrutarlas y que los niños lo pasen bien. Así que aquí os dejo unos aperitivos de los que hemos preparado estas Navidades.
 
 
 
  • Paté de mejillones
Necesitaréis:
 
2 Latas de mejillones en escabeche por cada tarrina normal de queso Philadelphia (si es familiar solo media).
 
 
 



 
Colocamos los mejillones en un plato hondo. Yo les suelo quitar el escabeche para que no quede muy aceitoso, aunque se puede dejar un poco.



 



Los machacamos bien con un tenedor. No hace falta ensañarse, que estamos en Navidad.
 






Añadimos el queso Philadeliphia, u otra marca de queso de untar. Ya me he quedado sin patrocinador ¡No aprenderé nunca!

 





Mezclamos todo.







Y si queremos darle una textura más suave, lo pasamos por la minipimer.
 






Finalmente lo ponemos en un cuenco, para comer con picos o regañás, o bien lo untamos en tostas.







 
 
 

  • Tartaletas de pisto gratinado
 
Necesitaréis:
 
Queso rallado
Tartaletas



 
 
 
 
Este aperitivo es sencillo. Con algo de pisto que habremos preparado antes, rellenamos las tartaletas, y les añadimos un poco de queso rallado por encima. Si a alguien no le gusta el queso podemos dejar algunas sin él. Cuando vayamos a poner la mesa le damos un toque de unos 15 segundos de microondas para que se derrita el queso y se caliente un poco el pisto.
 
 
 
 
 
 
 
 
  • Árbol de Navidad de Belén
 
Necesitaréis:
 
Jamón serrano
Queso curado
Gulas
Langostinos cocidos
1 Pimiento del piquillo
Ensalada de rúcula y canónigos
Pinchos de madera
1 Tomate grande y pesado
Mahonesa
Salsa Cocktail (a mí me gusta la de la marca Calvé)








Cortamos la base del tomate para que quede recta y sirva de sujeción al árbol. Atravesamos el tomate con el pincho para que sirva de tronco de nuestro árbol. A partir de aquí vamos colocando trozos de queso de tres en tres, cada vez más pequeños para que coja forma de abeto, y sobre cada tres trozos de queso colocaremos lonchas de jamón serrano, así se mantendrán sujetas sobre el queso y le dará un toque de color al arbolito. Finalmente lo coronamos con el pimiento de piquillo. 
 
Colocamos el árbol en el centro de un plato, lo rodeamos con la ensalada, colocamos dos pegotes de mahonesa y dos de salsa cocktail sobre el mar de ensalada, y tres langostinos pelados enteros, excepto el trozo final de la cola, saltando en cada pegote, añadimos las gulas por todo el mar de verduras, al estilo del mar de los sargazos, y aliñamos con un poco de aceite la ensalada.
 
El resultado lo podéis ver abajo. Una maravilla. Gracias a Belén, y a mi pequeña El. que me ayudo con el diseño final.








 
  • Papá Noel de fresa y nata
 
 
Necesitaréis:
 
Fresas.
Nata montada (mejor en tarrina, pero vale también la de spray)
Fideos de chocolate.

 









Lavamos las fresas, les quitamos las hojas, y cortamos un poco la base para que se aguanten de pié. Cortamos un trozo de la punta, colocamos unos pegotes de nata sobre la tripa a modo de botones, un pegote grande a modo de barba, le colocamos encima el trozo de fresa cortado de la punta, le añadimos un poco de nata haciendo de pompón del gorro, y le hacemos dos ojos con dos fideos de chocolate.





 
 
¿Y qué puede haber mejor que esto? Dejar que los niños se diviertan haciéndolos.
 
 
 
 
 

 

Finalmente, esta es la mesa que quedó con la participación de todos, donde cenamos, los niños corrieron, y todos nos reímos. Que a fin de cuentas es de lo que se trataba.
 

 
 
 
 
 
Espero que estas ideas os puedan servir para futuros eventos, o incluso para Nochevieja. Los ingredientes principales son estar juntos y pasarlo bien.
 
 
Feliz Año Nuevo a todos.
 
 
 
 
 


lunes, 22 de diciembre de 2014

POLLO HACIENDO EL GAMBA

No siempre me ha gustado hacer el payaso, de pequeño solo lo hacía en la intimidad, como Aznar lo de hablar catalán. Según he ido creciendo mi cerebro se ha ido corrompiendo y me ha ido dando un poco igual lo que piense la gente, así que he perdido algo la vergüenza, o mejor dicho, la he trasladado, porque a veces los demás sienten vergüenza ajena ¡Qué le vamos a hacer! Alguien tenía que sentirla, así que mejor otro que yo.
 
Tanto es así que he cambiado mis referentes en la vida. De pequeño idolatraba a Gandhi, me encantaban las frases de Gibran Jalil Gibran, aunque reconozco que me entretenía más con las enseñanzas de las Aventuras de Mortadelo y Filemón, o con Makinavaja, esta última es una obra maestra de la sociología por pocos conocida. Aún así mantenía mi espíritu sofista y leía a Bertrand Russell, a Platón, a Aristóteles, a Freud, a Nietzsche, incluso compré un libro de Kierkegaard, no me lo leí, ¡era infumable!.
 
La verdad es que no sé como, pero la lectura me llevó hasta Dostoyevski, a sus Memorias del Subsuelo, y a El Idiota, y todo empezó a cambiar. Mucha gente debería leer el Idiota, es como una autobiografía universal. De ahí salté a Kafka, a Juan José Millás,... Mi locura fue en aumento. Tanto que ahora mi ídolo a seguir es Homer Simpson. Y aunque aún guardo ciertas querencias de mi niñez, como El Principito, no dejan de ser reminiscencias de los inicios de mi locura. Todo se fraguó entonces. Ese fue el momento en que inicié mi camino a la locura, a la utopía descrita por mi contertulio Tomás Moro, y finalmente al hakuna matata de Homer.
 
Pues eso, que la vergüenza la perdí una noche de abril. Y desde entonces me encanta hacer el payaso, hacer reír, que la gente disfrute, que viva contenta. Me encanta dar clases a mi estilo, a lo Club de la Comedia. Me encanta hacer el gamba. La vida es demasiado corta para tomársela muy en serio. Vamos que soy un pollo al que le gusta hacer el gamba. Así que, en cuanto vi esta receta supe que debía hacerla.
 
Necesitaréis:
 
Un pollo troceado.
Gambas (a ser posible frescas, sino valen las congeladas)
1 Diente de ajo
1 Vaso de vino blanco
Tomillo
Pimienta
Aceite
Sal
 
 
 
 



Picamos el diente de ajo.






Ponemos un poco de aceite a calentar en una cazuela.
 



 
 
Doramos un poco el pollo en la cazuela y lo colocamos en una bandeja para el horno, añadiéndole el ajo por encima, y un poco de aceite de oliva.
 
 




Lo metemos en el horno, que previamente habremos precalentado unos 10 minutos a 180 grados, y lo dejamos unos 20 minutos. Después le añadimos el tomillo, las gambas y el vino blanco, y lo dejamos hornearse 10 minutos más.







Solo resta extraerlo, repartirlo en los platos, y devorarlo por hacer el gamba.







Podemos acompañarlo con arroz blanco para tomar una comida sana y sabrosa.






Por cierto, esta receta admite la sustitución del pollo por conejo. No sabía si poner esto último para que no hubiera cachondeo, pero el post habla precisamente de hacer el payaso ¿No?
 
 
 
¡Qué la disfrutéis!



viernes, 12 de diciembre de 2014

CAMINANDO. PARALAIA Y SANTA COMPAÑA

Galicia es un lugar de España plagado de leyendas y misterios. Desde aquella que dice que las Rías las creo Dios al agarrar la Tierra para hacerla girar, hasta las más conocidas leyendas de las pandillas de aparecidos que ellos llaman La Santa Compaña, que si te tropiezas con ella te unes al grupo para siempre, como un juerguista a una panda de licoretas.
 
En los caminos encuentras cruceiros, normalmente de piedra, en los montes ermitas, los balcones y rejas de las casas se adornan con la planta de las brujas. La altura de sus árboles llega a ocultar el Sol en los senderos. El clima lluvioso y las nieblas hacen que el decorado sea inmejorable para estas historias. Porque no son más que historias, leyendas, cuentos. ¿O no? Porque como dicen allí: as Meigas no existen, pero haberlas haylas.
 
Hoy voy a confesaros por qué me gusta perderme por los bosques gallegos, y por qué no tengo miedo a encontrarme con las Almas en Pena.
 
Hace muchos años me encontré con La Santa Compaña y, como cuenta la leyenda, quedé atrapado en el grupo, condenado a vagar por los montes gallegos por toda la Eternidad. ¿Qué cómo conseguí salir? Os revelaré esto al final del post. No fue sencillo, y quedé vinculado a ellos para siempre. Y no, no tienen nada que ver con mi suegra. ¡Qué me vais a buscar un lio!
 
Recuerdo que aquel día, nada más comenzar el paseo me fijé en uno de los antiguos lavaderos de ropa. Este se encontraba hundido en la tierra. Había que bajar en dirección al inframundo para llegar a él. Me llamó la atención, pero no le di importancia.   
 
 
 
 

 
 
Tal como dejaba atrás el lavadero me crucé con esta pareja de gatos, dueños y señores de su territorio. No tenían ningún miedo. Estaban tranquilos, y simplemente observaban a los viandantes. O quizás avisaran de ellos.
 
 
 
 
 
 
 

Al entrar en la zona boscosa, me fijé en la especial relación de la hiedra con los eucaliptos. Aunque más que una simbiosis me temo que aquella es un simple parásito del árbol. Se debe nutrir de él y además alcanza la luz que este le niega. El bosque es un lugar peligroso, y las señales se encuentran por todas partes. Solo debemos ser capaces de ver las advertencias.
 
 
 


 
Prueba de lo dicho anteriormente es lo que encontré a continuación. En medio del monte, entre los árboles, fuera del alcance de la vista, había una ermita cerrada. Quizás porque aún era de día.
 
Ciertamente tenía mucho encanto, y atraía a cualquiera que pasara hasta sus muros. No dudo de que, si hubiera estado abierta, habría entrado en ella. Y quién sabe lo que habría encontrado.






Mas como se me negó el acceso me giré para continuar el paseo, y frente a los senderos encontré un cruceiro de piedra. También abundan por estos lares, aunque no es habitual verlos en medio del monte. Noté una brisa fría recorriendo mi espalda. La humedad de la zona, pensé.





 
 

Sin embargo, apenas había subido unos cuantos metros comencé a ver una extraña niebla. Una niebla espesa, que se movía rápido y envolvía el camino. Más parecía el aliento del Diablo.
 
 



 
A pesar de todo lo visto continué mi paseo. ¿Por qué no habría de hacerlo? Solo era niebla, bosque y construcciones religiosas de antaño. Aunque ciertamente parecía como si hubiera viajado en el tiempo varios siglos atrás. Esos caminos de tierra, flanqueados por los gigantescos eucaliptos. Solo faltaba el ir y venir de caballos y carretas. 



 
 
 
Incluso, en ciertos rincones puedes encontrar mesas para pasar el día en familia. Una agradable tarde de familia en el campo. ¿O una trampa de almas perfectamente urdida?
 
 

 
 
 
Recuerdo que en cierto momento, como en tantas otras ocasiones, tuve que decidir que camino tomar en una bifurcación. No me acuerdo si tomé la senda de la izquierda o la de la derecha, y creo que habría dado lo mismo, finalmente habría encontrado el sendero tenebroso de la imagen.
 






 



Sendero al final del cual se encontraba en su continua procesión La Santa Compaña.
 
Como manda la tradición me uní a ellos. Alguien del grupo me cubrió con una túnica de color marrón con capucha, y deambulamos por el monte con paso cansino al ritmo de los murmullos de las almas.

 




A nuestro paso, justo donde nuestras pisadas hollaban el terruño, crecían setas y hongos venenosos. Éramos portadores del mal, en todos los aspectos. No lo provocábamos, todo el mundo tenía siempre elección. Pero si elegía mal su suerte estaba echada. 




 
 
El líder de la procesión en cierto momento se detuvo, y señaló una roca gigantesca. Ésta se abrió en dos y dejó ver a un paisano agazapado que trataba de evitar el contacto con las almas peregrinas. ¡Infeliz! En cuestión de segundos se había unido a la marcha.
 
 



 
La niebla volvía a aparecer. Parecía como si surgiera del aliento del guía del grupo. Aquél a quién, al partir la roca, me había parecido ver unos ojos rojos bajo su capucha.
 
 
 



 
 
La niebla se espesaba a cada paso. Incluso se percibía un ligero olor desagradable.
 
 
 


 

 

 
 
 
 
En cierto momento, entre la niebla surgió una cruz. Una gran cruz de unos cinco metros de alto. Y sin saber el motivo me dirigí hacia ella.
 
No había avanzado más que unos pocos metros cuando sentí la mirada de fuego del guía clavada en mi espalda. Aunque la sensación fue la de un pinchazo y un escalofrío.
 
Me giré hacia él y vi su mirada roja de ira, profunda como el mar, un mar de almas en pena que se extendía en su cristalino.
 
 






Aún así una fuerza inexplicable me arrancó del hechizo y me hizo dirigirme hacia la cruz. Llegué hasta ella y toqué su madera.


 




Conforme despertaba del hechizo veía como se disolvía la niebla. El aliento del guía de la Santa Compaña perdía fuerza poco a poco, hasta desvanecerse por completo.










Finalmente, una vez libre comencé el camino de regreso, contemplando esos bosques que aún hoy continúan hechizándome. Esos árboles, ese musgo, esos helechos, y ese ambiente mágico que te invade cuando te internas en estos montes.


 








Por eso hay tantas cruces y cruceiros en los montes gallegos. Es la única forma de librarse de la maldición de vagar toda la eternidad por ellos.

No obstante, nadie sale indemne del encuentro con la Santa Compaña. En mi caso, lo último que escuché decir al líder del grupo fue: ¡Vete! Pero mi maldición viajará contigo de por vida. Cocinarás para todos hasta el final de tus días. Y como podéis ver en el blog, pago mi condena a diario.



 

viernes, 21 de noviembre de 2014

VERDURAS EN PAPILLOTE

Ha pasado Halloween, y después de todas las películas de miedo que he visto, de las historias de fantasmas y aparecidos que he contado, de los menús terroríficamente divertidos que he preparado, y de los trucos o tratos que he vívido, me ha quedado un complejo de Freddy Krueger (aunque lo que realmente daba miedo era esa marca de tabaco: Kruger, quizás de ahí sacaron el nombre del protagonista de Pesadilla en Elm Street).
 
La cuestión es que me ha dado por despellejar, cortar en tiras todo lo que se pone a mí alcance, y terminar como Hannibal Lecter: cocinándolo y comiéndomelo. La mirada de loco ya la tenía antes de Halloween.
 
Esta receta va de mi nueva faceta sádica y sanica.
 
Necesitaréis:
 
Brécol
Repollo
Zanahoria
Cebolla
Pimiento rojo
Mostaza
Aceite
Sal
Pimienta

 
 
 
 



 
Cortamos todas las verduras en juliana. Aquí actúa el espíritu de Freddy, o el de Eduardo Manostijeras. Como os guste más.
 
Podéis ver la escabechina abajo.






Colocamos un poco de aceite y una cucharada pequeña de mostaza en el mortero. Curiosamente el mortero es una de las herramientas predilectas de brujos y brujas.







Añadimos un poco de sal y pimienta. Luego batimos todo hasta conseguir una salsa más o menos homogénea.







 A continuación colocamos las tiras de verdura en un papel para el horno, y las regamos con la salsa.
 






 Luego cerramos el papel formando un saco, y lo colocamos en una fuente para el horno.
 



 
 
Precalentamos el horno a 180 grados durante unos diez minutos, e introducimos la fuente, dejándola cocinarse 15 minutos. Os recuerdo que conviene vigilar el horno por si tenemos que sacarlo antes.
 
 



 
 
Finalmente sacamos el saco del horno, lo abrimos, y volcamos el contenido en un plato.
 



 










El resto es sencillo: no parar de zampar hasta que el plato esté vacío.
 
 
Una receta sencilla, sabrosa y muy sana. A pesar de surgir de las entrañas del averno.
 
 
Disfrutadla.