Una mañana, en la localidad gallega donde veraneo, me desperté y al salir a pasear noté una sensación extraña. Bajo un Sol de justicia, la humedad del ambiente hacía que el cuerpo se cubriera de una fría capa de agua salada, y no había niebla. No podía entenderlo, pero al pasar cerca de un lugareño de edad avanzada, de esos a los que ya poco en esta vida puede sorprenderles, de los que tienen superada con creces su tesis doctoral existencial, y que rebosan la sabiduría que han absorbido del mundo que les rodea, pero que la exponen en contadas ocasiones y con frases cortas, para no molestar, éste debió leerme el pensamiento, y me dijo: ¡no te preocupes fillo!, iso e que a noite pasada la marea fue viva; la mais brava que recordo (¡no te preocupes hijo!, eso es que anoche la marea fue viva; la más brava que recuerdo).
Le di las gracias, y seguí caminando pensando en que el pobre viejo estaba un poco chocho. ¿Cómo iba a afectar la marea tanto, si la zona en la que estaba la casa era de la mitad del monte hacia arriba? Mucho tenía que subir la marea. Yo conocía bien la zona, y bajaba todos los días andando a la playa, era un camino de unos diez minutos y una cuesta muy pronunciada. Era imposible que las mareas pudieran provocar ese efecto.
Con estos pensamientos me sorprendió la imagen que acompaño, en la que el azul del fondo es el mar, y con la que me convencí de que el viejo tenía razón. La marea de la noche anterior debió ser de las más vivas que se hayan dado nunca. El problema iba a ser, para su dueño, volver a poner el bote en el mar.
Y, es que, aunque parezcan increíbles, hay cosas que suceden y no tienen explicación lógica. Como dicen en esta tierra "meigas non hay, pero haberlas haylas" (Brujas no hay, pero haberlas las hay).
Al volver a casa saludé al anciano con una inclinación de cabeza. Saludo que él me devolvió.
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