lunes, 30 de noviembre de 2009
Ir de Repente a Kagar
viernes, 27 de noviembre de 2009
Enderezar el rumbo
miércoles, 25 de noviembre de 2009
COLORES DE OTOÑO. AUTUM COLOURS
martes, 24 de noviembre de 2009
Premio de Simone
Gracias por el premio Simone.
Y gracias a todos por vuestras visitas.
lunes, 23 de noviembre de 2009
IBI. El impuesto sobre un bien de primera necesidad
viernes, 20 de noviembre de 2009
Estrés marital. Bricolaging.
- - El grifo gotea - dijo.
- - ¿Has pedido cita en el pediatra? - contesté distraido.
- ¿Qué dices? - Preguntó elevando el tono.
- Nada. Voy a verlo - contesté mientras pensaba que me iba a perder una noche más el episodio de Vaya Semanita.
Una vez estudiada la avería. Es decir, una vez terminé de mirar con cara de intriga el grifo moviendo cada cierto tiempo el monomando, emití mi veredicto.
- El monomando pierde agua. Debe ser de una junta, o de otra cosa, y no sé desmontarlo.
- ¿Entonces? - preguntó.
- Propongo cerrar las llaves de los latiguillos cuando no usemos el grifo, y llamar a un fontanero.
Al día siguiente conseguimos el teléfono de un fontanero recomendado por miembros de mi familia, pero antes de llamarlo me encontré con mi hermano pequeño, que es un manitas, y me dijo que el grifo era muy viejo, que me compensaba cambiarlo, y que me podía ahorrar la pasta del fontanero si lo hacía yo, que era igual de fácil que cambiar el teléfono de la ducha.
Lo de manitas a mi hermano le viene, según mi madre, desde pequeño que cuando le regalaban algo, lo primero que hacía era desmontarlo. Pero, volvamos con la historia, porque huelga decir que me convenció, y que me decidí a acometer la tarea. De hecho empecé a elaborar un plan. ¿Para qué necesitaba un plan se preguntarán algunos? Los que se lo hayan preguntado están solteros.
Mi lado oscuro se había adueñado de mi. Y me aposté a esperar mi oportunidad.
- Yo sólo necesito salir a por el grifo al Leroy Merlin - dije, cruzando los dedos.
- Vale. Cuando vuelvas salgo yo - dijo mi mujer.
En este momento hice un repaso mental de todo lo que necesitaba: llaves planas, sí; destornillador, sí; suerte, ya veríamos.
Sábado por la mañana.
- Me voy al Leroy (gran bailarín) a por el grifo - grité desde la puerta.
- No quiero ninguno que no sea de la marca Mosquis o Pisquis - me amenazó una voz femenina desde la habitación.
- Ya empezamos
- ¿Qué dices?
- Nada. Que vuelvo pronto.
Entré en el Leroy y me fui directo a la sección de cocinas. Me planté ante el panel de los grifos, y de entre los cientos que allí colgaban no había ninguno de la marca Pisquis. Bien, pensé, la búsqueda se reduce. Había tres modelos de la marca Mosquis. He de confesar que en ese momento ya sabía que la cagaría en la elección, pero más tarde elaboraría una excusa. En estas situaciones se entiende realmente la tortura que sufrían los concursantes del "Un, Dos, Tres".
Más tarde le expliqué a mi hijo que en el colegio también le preparaban para esto. Sólo tenía que fijarse un poco.
- Es evidente que a tu edad sabes sumar, restar, multiplicar y dividir - le dije -, y que si te dan todo el tiempo que necesites harás bien todas las operaciones combinadas que te pongan. Pero no se trata de aprender a calcular, eso ya lo sabes hacer. Se trata de aprender a hacer una tarea soportando el estrés, para que cuando seas mayor consigas hacer una chapuza casera aprovechando el tiempo en que tu mujer está fuera de casa, o al lado tuyo "apoyándote moralmente".
Espero que mi mujer no lo lea. Por si acaso ya he preparado un saco de dormir en la terraza.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Especializarse en la sencillez
LA HISTORIADORA (Elizabeth Kostava) es un libro de aventuras, Historia, viajes, vampiros y sociedades secretas. Es muy entretenido, y la historia engancha. Pero no me propongo hacer una crítica ni un resumen, simplemente quiero resaltar dos cosas que me llamaron mucho la atención, y que creo pueden aplicarse en la vida real hoy día.
Cuando Helen habla de su madre, natural de Rumanía, pero que vive en Hungría, la describe como una mujer maravillosa y fascinante pero, al hablar del trabajo que realiza, lo que a ella le produce cierta amargura porque cree que su madre merece algo mejor, a mi me presenta a una mujer de una gran sabiduría, alguien que ha conseguido romper las cadenas de la vanidad estéril que domina nuestros días. Alguien libre. Alguien especializado en la sencillez.
“- Trabaja en un centro cultural del pueblo, llena de papeles, escribe a máquina y prepara café para los alcaldes de ciudades más importantes cuando van de visita. Le he dicho que es un trabajo degradante para alguien de su inteligencia, pero siempre se encoge de hombros y sigue haciéndolo. Mi madre se ha especializado en la sencillez.”
El otro texto del libro que me llamó la atención fue la descripción de las gentes del pueblo búlgaro llamado Dimovo (nombre ficticio) realizada por Paul, uno de los protagonistas, inglés y doctor por Oxford, y que reproduzco a continuación. Debemos tener en cuenta que nos encontramos en el entorno de tiempo de los años sesenta del siglo XX.
“Cuando entramos en la única calle de Dimovo, la gente empezó a salir de las casas y establos para darnos la bienvenida, sobre todo gente mayor, muchos deformados hasta extremos increíbles por años de rudo trabajo, las mujeres con las piernas arqueadas de manera grotesca, los hombres inclinados hacia delante como si fueran cargados siempre con un saco invisible de algo pesado... Sonreían y saludaban...”
¿Cuántos de nosotros, en esta época, podemos especializarnos en la sencillez y sonreír aunque nuestros cuerpos se encuentren deformados por años de rudo trabajo? ¿Cuántos alcanzaremos esa sabiduría y esa felicidad, de saber disfrutar de las cosas? Y eso que los tiempos han cambiado y han hecho la vida más llevadera, ¿o será por eso mismo?
Me ha salido un poco Salvador Gaviota, pero es lo que hay. ¡Ooooohmmmmm!
Hay que disfrutar de las cosas y conseguir que los buenos momentos duren un eón o dos. Me voy a tomar una caña, y os aconsejo hacer lo mismo.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Huevos a la flamenca y kriptonita
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Vaya lio. En tus manos está la solución.
lunes, 9 de noviembre de 2009
¿Quién está al extremo de la correa?
Con el trabajo que paso para ponerle la correa al salir a la calle, y a la hora de soltarla le cuesta separarse.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Bilingüismo. Shit little parrot
Hay que cuidar el turismo anglosajón. Y si tú fueras uno de esos turistas ¿a dónde irías, a "O cachelo" (la patata en castellano) o al "Yoni"?
domingo, 1 de noviembre de 2009
El tren de la bruja
Hasta este sábado sólo había ido dos veces en toda mi vida, con un balance de una mañana/tarde de tortura para adquirir un guardabolsas de plástico, y un oso de peluche que acabó en el trastero porque asustaba al niño por las noches.
Pues bien, como digo he vuelto a entrar en el supermercado de las cosas sin hacer, y el motivo de mi claudicación ha sido comprar un sobrecolchón viscoelástico para los niños, para paliar la dureza de sus colchones.
- De acuerdo – respondí a mi mujer – pero vamos directos a por eso y salimos.
- Sí. Por supuesto. – Dijo.
Yo sabía que esto era imposible, IKEA está diseñado para que recorras la tienda completa por la ruta establecida, pero me autoengañé y me puse en marcha.
Cuando atravesé la puerta de entrada noté como se me cerraba la boca del estómago, mi hija me pidió quedarse en la piscina de bolas, y yo pensé que deberían poner una piscina de bolas para padres/madres, o un bar con tele, periódicos, tapas y serrín en el suelo, lo que viene siendo un lugar acogedor. La petición de la niña no fue aceptada porque íbamos a estar poco tiempo.
Las puertas se cerraron detrás nuestra, como en las películas de terror, y empezamos a subir las escaleras que iniciaban el calvario. Tenía pánico, pero mantuve la compostura lo mejor que pude, iba con mis hijos y tenía que dar ejemplo.
Recogimos un papel cuadriculado y un minilápiz que entusiasmaron a mi hija, pero que a mi me produjeron escalofríos. Para ella era algo con lo que dibujar, pero yo sabía que era la cadena que nos amarraba al infierno.
Pronto nos incorporamos a la columna de almas en pena que seguían en fila india el camino marcado, avanzando de sección en sección, de círculo en círculo, y eché de menos el bucólico viaje en barca cruzando la laguna Estigia con Caronte.
Tras una hora de recorrido, alcanzamos la sección de colchones, y mi hijo me preguntó si cuando compráramos los sobrecolchones nos iríamos. En ese momento decidí que había llegado la hora de tener una charla de hombre a hombre. Me senté en una de las camas de exposición y le dije que se sentara a mi lado.
- Hijo – comencé – Te estás convirtiendo en un adulto, y ha llegado el momento de contarte algo que debes saber.
Sus ojos estaban fijos sobre mi, con una expresión entre asombro y preocupación.
- Esta tienda se llama IKEA – continué -, y es un lugar que sólo tiene una entrada y una salida. Debes recorrer toda la tienda para poder salir.
- ¡Qué! – Exclamó con un grito de terror.
- Sí, hijo. Debes armarte de valor y soportarlo como un hombre.
Noté su lucha interna con el miedo, pero me sorprendió su entereza cuando simplemente preguntó:
- ¿Y falta mucho?
- Sí. – Respondí – Sabrás que estamos en la mitad del recorrido cuando lleguemos a la cafetería.
Adivinando su próxima pregunta, le dije que creía recordar que la cafetería estaba a la vuelta de la siguiente curva.
- Verás hijo, a mi esta pseudotienda siempre me recuerda a una atracción que había en las ferias cuando yo era pequeño: “El tren de la bruja”. En esa atracción te montabas en un tren, que al moverse te metía en una gruta, donde un señor disfrazado de fantasma te daba escobazos hasta que el tren volvía a salir por el otro extremo.
Vi como había cambiado la expresión de su cara. Se estaba convirtiendo en un adulto.
- Ya tengo los dos sobrecolchones – dijo mi mujer a nuestra espalda.
- ¿Ya nos vamos? – Gritaron los niños.
- No – apuntó mi santa – ahora hay que comprar las fundas bajeras.
Mi hijo caminaba abatido, y le pasé la mano por el hombro mientras le señalaba la cafetería para que se animara. Ya faltaba menos.
Cerca de las dos horas de recorrido, con paradas en todas las secciones, llegamos al almacén, donde mi hijo preguntó:
- ¿Qué es esto?
- Esta es la segunda parte del martirio – dije - ¿Te acuerdas del lápiz y el papel de la entrada?
- Sí.
- Pues en él apuntas la localización del artículo que quieres comprar, lo buscas en este almacén y te lo llevas. Y si está en los estantes de arriba pides ayuda a un empleado. Es decir te conviertes en mozo de almacén.
- Pero no hemos apuntado nada. Sólo le han dado un papel a mamá.
- Sí. Eso también es nuevo para mi. De todas formas, la salida está allí, tras la línea de cajas. Solo nos queda soportar ese pedazo de cola para pagar.
- Después de pagar tenemos que salir de esta nave y entrar en otro almacén que hay a la derecha a que nos den los sobrecolchones – reveló la voz de mi mujer –
Hasta Rambo se habría desmoronado en ese momento, pero ambos aguantamos.
Durante la espera en la cola terminé de explicarle que las cosas te las daban desmontadas y que las tenías que montar tú en casa. Su cara era un poema, pero creo que mi obligación era explicarle la realidad con la máxima crudeza.
En el almacén estuvimos unos quince minutos, esperando los dos sobrecolchones, pero sólo nos entregaron uno porque, según nos dijeron, no había más existencias.
- ¿Y esto no lo sabía el ordenador de la tienda cuando nos lo han vendido? – Pregunté –
- No se preocupe. Se le abonará el dinero del que falta. – Respondió el empleado.
El empleado-íncubo, sabía perfectamente que eso no era lo que me preocupaba. Mi mente se había bloqueado pensando en que habría que volver otro día. Me volví hacia mi hijo y le dije que no se preocupara, que la próxima vez volvería yo sólo. Su expresión reflejó alivio, y pensé que, aunque estaba creciendo, otra visita a IKEA podría provocarle la aparición de las primeras canas, y debe envejecer paso a paso.
Al salir del almacén me pareció oír la sardónica risa de los súcubos e íncubos, al más puro estilo de las películas de terror.
No podía permitir que una imagen tan dura quedase grabada en el recuerdo de mi hijo, así que los llevé a comer a un McDonald del centro y, al terminar, dimos un paseo por la calle Montera.