Según la explicación más simple, un agujero negro es una región finita en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, pueda escapar de ella.
¿A qué viene esto? Ahora lo explico.
Llevo varios años yendo al gimnasio, y me suelo pegar unas palizas de un par de horas varias veces a la semana. Cuando acabo mi camiseta acumula suficiente agua, en forma de sudor, para convertir en un vergel el desierto del Sáhara. Y probablemente habré dado varias veces la vuelta al Mundo subido en la elíptica.
El que lea lo anterior estará convencido de que Van Damme a mi lado es un tirillas, y nada más lejos de la realidad. Mi físico se acerca más al de mi admirado Homer Simpson.
Esto es algo incomprensible, salvo que nos apoyemos en las teorías de Stephen Hawking. Aquí empiezan a cobrar sentido estos sucesos paranormales.
La respuesta es más sencilla de lo que en principio se pueda esperar: mi ombligo es un agujero negro. Sí, habéis leído bien. Y no solo me pasa a mí, gran parte de la población tiene este superpoder.
Por más que sude, la masa permanece en mi cuerpo, no se quema, no desaparece, incluso puede llegar a aumentar. Es el paso natural de una Estrella Gigante Roja (mi barriga es bastante grande y algo roja, sobre todo después de una comellada), luego se convierte en una enana blanca (cuando te deshinchas de la cerveza, y cuando me limpio el ombligo), pero no pierdes peso, lo aumentas porque se concentra en menor espacio, y finalmente se transforma en un agujero negro que no deja escapar nada: mollejas, morteruelo, tocino, torreznos, churrasco, fabes, lacón, paella,..., todo es atraído a su interior y nada logra escapar de él.
Así, por mucho que me esfuerce en el gimnasio nada cambiará. Y una vez constatada está realidad científica he decidido quedarme con mi superpoder y abandonar el ejercicio, por lo menos hasta septiembre. Será la demostración empírica de mi teoría. Ya veréis como tengo razón y engordo. Pero no por comer, que eso lo hago todos los días, sino por la brutal fuerza gravitatoria de mi ombligo.
Ya os contaré.