viernes, 19 de julio de 2013

MARMITAKO

Mis primeras andanzas entre los fogones se produjeron en mi más tierna infancia, a la edad de 12 años aproximadamente. He dicho fogones y en realidad era fuego y campingaz (campingas decíamos nosotros). Fue mi etapa en los Scouts la que me enseñó a prepararme leche caliente con arena en el fuego, a freír un filete, a freír una salchicha, y a que no debe tirarse desde muy alto por miedo a que te salpique el aceite porque la llamarada resultante es más peligrosa aún,...

No fue una mala experiencia, primero los Lobatos, y luego los Scouts. Hacíamos marchas, campamentos de verano, de invierno, normalmente en la Sierra de Cazorla, algunos de 15 días. Dormíamos en tiendas de campaña, en vivacs hechos por nosotros, o a la intemperie. Estuvo muy bien y me sirvió para, muchos años después, saber sobrevivir sin que nadie me hiciera la comida.

Más tarde, en un período de un mes entre dos trabajos, cogí un libro de recetas y me planteé el reto de hacer una que no fuera sencilla, o por lo menos que entrañara alguna dificultad, o lo pareciera. Y encontré la receta del Marmitako, y no me salió mal. La receta dice que debe hacerse en cazuela de barro, pero como yo no tenía una cazuela de barro del tamaño necesario, utilicé una olla vulgaris. Y esta es la receta que os plasmo hoy en el blog.

Necesitaréis los siguientes ingredientes:

700 gr de bonito
1 Kg de patatas
1 Lata de pimiento rojo
1 Cebolla
2 Tomates
1 puñado de Guisantes
2 Dientes de Ajo
1 Hoja de laurel
2 Ramas de perejil
1 Pastilla de caldo de pescado
1 Guindilla
Aceite
Sal






Troceamos el bonito en dados de unos dos centímetros.





La receta original dice que se cortan las patatas en rodajas, aunque yo las he chascado, es decir, las he cortado y antes de cortarlas del todo das un tirón y las rompes. Con esta técnica consigues que el caldo se espese con el almidón de la propia patata.





Cortamos el pimiento en cuadraditos. Todo muy geométrico.




Picamos el ajo y el perejil y lo ponemos en el mortero con un poco de sal.





Picamos la pastilla de caldo. ¡Qué nadie la esnife, que no es para eso! 





Pelamos los tomates, les quitamos las pepitas, y los picamos. Para pelarlos hay un truco que es darles un chapuzón en agua hirviendo, pero si no queréis perder tiempo utilizar el cuchillo. Esta última técnica tiene el inconveniente de que se oyen voces: ¡Quién ha dejado medio tomate pegado a la piel!





Ponemos aceite a calentar en la olla (grande y tirando a plana), o en la cazuela de barro si tenéis.




Doramos el bonito y lo reservamos.









En la misma olla ponemos la cebolla picada, y la pochamos (unos 5 minutos).





Añadimos el tomate, le damos unas vueltas, y lo aplastamos un poco con la espumadera.






Incorporamos las patatas. Como se incorporaban los quintos a filas.







Cubrimos con agua, un poco por encima de las patatas.






Salamos un poco. (¡Que difícil es hacer una foto con tu móvil a tu mano salada!)






Añadimos un poco del caldo del guiso al mortero y majamos el contenido.








Vertemos el contenido del majado en la olla.







Añadimos el laurel y la guindilla (ésta entera pero pinchada). La guindilla se puede apreciar dándose un remojón al lado de la hoja de laurel, es el punto rojo.





Se añade la pastilla de caldo.





Se deja cocer media hora a fuego lento, añadimos el pimiento, los guisantes, y el bonito, y lo dejamos otros diez minutos.
Durante el tiempo de cocción es recomendable aprovechar para ir limpiando todo lo que hemos usado, o nos arriesgamos a que la máquina de reñir propia nos recrimine la situación de la cocina y el despliegue de medios.












Finalmente obtenemos un plato digno de los paladares más exquisitos. No es mi caso, pero también vale para los paladares esos.



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