Eran las siete de la tarde cuando levanté la vista de la mesa de mi despacho. El cristal de la librería me devolvió la imagen de mis primeras canas y la noche empezaba a colarse por la ventana.
Dejé lo que estaba haciendo, me levanté y me fui a casa. Llegué a tiempo de cambiar el pañal de mi hijo.
Desde entonces las horas extras las hago cuidando a mis niños. Los demás ya son suficientemente mayores para controlar esfínteres y saber limpiarse el culo sólos.
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