José Luis vivía con María Teresa, en una cabaña de la Carrera de San Jerónimo. Con el tiempo fue empeorando la situación económica, y María Teresa determinó mandar a José Luis a la ciudad, para que allí intentase vender la deuda pública que pudiera.
José Luis se puso en camino, y se encontró con un hombre de cara redonda, gafas, y nariz picuda, que llevaba un saquito de habichuelas. - Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de que subas las pensiones en Rodiezmo, aumentes el tiempo del subsidio por desempleo y me dejes vivir en tu cabaña de Fomento. Así lo hizo José Luis, y volvió muy contento a su casa. Pero María Teresa, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle.
Cuando se levantó José Luis al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas, no es que hubieran dado brotes verdes, habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista.
Se puso José Luis a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en el castillo de Economía y Hacienda, y vio a un malvado gigante, llamado Pedro, que tenia una gallina que ponía huevos de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña. María Teresa se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y José Luis tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero, que tenía ahorrado de los buenos tiempos. En cuanto se durmió el gigante, salió José Luis y, recogiendo el talego de oro, echó a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.
Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió José Luis por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vio José Luis que el gigante, que pensaba seriamente en dejar el castillo, se tumbaba en un sofá, y un arpa (del tipo Arpajín), ¡oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco.
Apenas le vio así, José Luis cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por José Luis, empezó a gritar: ¡Asistimos a un espectáculo único, Obama preside Estados Unidos y ZP presidirá la Unión Europea!. Despertose sobresaltado Pedro el gigante y, viendo lo que sucedía, hizo las maletas y se piró, regalándole el castillo a una tal Elena.
El niño bajó corriendo pero, al mirar hacia arriba, tuvo miedo de que el gigante le persiguiera. No había tiempo que perder, así que gritó José Luis a María Teresa, que estaba en casa preparando varias cortinas: -¡María Teresa, tráeme el hacha enseguida, que me persigue el gigante y tengo que hacer unos recortes! Acudió María Teresa con el hacha, y José Luis, de un certero golpe, cortó el tronco de la mágica habichuela.
El gigante se retiró a descansar a una casa de campo. Y José Luis, María Teresa y el arpa vivieron felices con el producto de la cajita, a la que llamaban cariñosamente Déficit, que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.
Y colorín, colorete. Por la chimenea salen cohetes. Sssssshhhhhhhh. Pum.
Para demostrar que esto no es un cuento adjunto foto de la planta de judías gigante.