Caminar es algo que me gusta mucho. Salir de casa, comenzar a andar, perderme por el bosque, por el campo, por la ciudad,..., aunque prefiero los dos primeros lugares. El problema es que normalmente solo puedo hacerlo en verano, en vacaciones. En esta época la temperatura a ciertas horas es muy buena, y en Galicia, bajo los inmensos eucaliptos es ideal.
Comienzas a caminar, te internas en la oscuridad del bosque a pleno día, la tierra es de color verde, está impregnada de musgo. Los helechos y la hiedra colonizan sin control todo el espacio que le dejan los árboles, e incluso los mismos árboles. Esto debe ser uno de esos ejemplos de simbiosis que nos explicaban en la EGB: el eucalipto sirve para que la hiedra trepe por él y alcance la luz del Sol. No sé muy bien que obtiene el eucalipto a cambio, pero algo debe conseguir o me los encontraría tirados por el camino.
Hace ya algunos años que camino por los montes gallegos, y hace un par de ellos que he fijado mi mirada en el Xaxán (Jaján en castellano), el pico más alto de la península del Morrazo con unos 626 metros. El problema para llegar a él no era la altura, sino la distancia que tenía que recorrer hasta llegar a su base. Pero este año me lié la manta a la cabeza, y una mañana comencé a caminar desde el Restaurante La Parecida, mi habitual punto de partida, en dirección a él. Compré mi Aquarius de rigor en un supermercado, y me dirigí hacia la base de la montaña en el pueblo de Moaña.
Por el camino ves casas de piedra maravillosas, flores preciosas que adornan las fachadas, y paisajes de la Ría de ensueño.
Una vez en Moaña, y sin perder de vista las antenas de televisión de su cima, pregunté a un vecino del pueblo si sabía por dónde se subía al Xaxán. Me contestó muy amablemente indicándome a grandes rasgos como llegar a la cima, pero al terminar me miró con cara de preocupación y asombro, creo que un poco más de la primera, y me dijo: ¡Mira que está muy lejos! A lo que le respondí que no se preocupara, que cuando me cansara me daría la vuelta. Un señor muy majo.
Este camino comenzó por aceras, carreteras y la sombra de los edificios, pero llegado un momento descubres que estás acercándote a los dominios de la Madre Naturaleza. En ciertos momentos te invade la misma sensación que a Charlton Heston cuando descubre la Estatua de la Libertad enterrada en la arena y desgastada por el mar. La visión de vías rápidas ocultas por los gigantescos árboles marca la frontera de la civilización urbanita.
Y finalmente encuentras el último trozo de asfalto. Te internas en los caminos de tierra. Vuelves a los orígenes. Te encuentras bien.
La ascensión no es muy dura, ya llevas un rato caminando, pero las vistas actúan de relajante muscular. El mayor problema que me encontré es que las antenas desaparecían tras los árboles, y volvían a aparecer en sitios imposibles. Al llegar a la cima descubrí que había varios grupos de antenas en diferentes zonas de la cima, algo que no se aprecia bien desde abajo, y que me llevó de cabeza todo el camino al ser éstas mi punto de referencia. Tuve que rectificar varias veces al darme cuenta que comenzaba a bajar de nuevo.
Finalmente alcancé un terreno con vallas de madera, muy bien cuidado, con mesas de piedra para comer, barbacoas de piedra, fuentes, y allí en el centro del paraje estaba el famoso Dolmen de Chan da Arquiña. Estaba llegando a mi destino, pero merecía la pena dar una vuelta por esa zona, es ideal para una comida campestre, aunque no creo que esté permitido hacer fuego en las barbacoas, pienso que son reminiscencias de épocas anteriores.
Continuando la ascensión llego por fin a la cima, desde donde puedo deleitarme con la vista de las dos rías: Vigo y Pontevedra, y con el orgullo de haber conseguido el reto. Queda la vuelta, pero por lo pronto he llegado arriba.
El recorrido tiene una dificultad moderada, no tiene pendientes excesivas, pero es largo. Unos 25 kilómetros entre ida y vuelta, aproximadamente. El año que viene, si consigo hacerlo de nuevo, os diré la distancia con más exactitud, ya que he descubierto una aplicación de móvil que graba tus rutas y te dice la elevación, la distancia recorrida,... Se llama Wikiloc. Lástima no haberla descubierto antes.
El mapa de arriba muestra la ruta pintada a mano alzada, por si alguno quiere disfrutar de un subidón de serotonina.