viernes, 16 de noviembre de 2012

PERDERSE EN EL PARALAIA

Subir a un monte es una experiencia gratificante, sobre todo la primera vez. Comienzas a andar, intentas tomar referencias para no perderte y poder volver. Te internas por caminos y senderos desconocidos. Te internas en la aventura de los descubridores y dejas vagar tu mente. Te relajas.

De repente giras la vista a la derecha y ves un sendero rodeado de hiedra que te invita a entrar. Pero no es lo suficientemente atractivo. Tu mente está fija en la montaña que tienes delante, y de la cual no logras ver la cima. Dejas el sendero atrás y continuas en busca de tu sueño: La cima invisible.





Cruzas bajo la carretera y sabes que has llegado a la base de la montaña. A partir de aquí sólo estáis los dos: la montaña y tú.

Claudia Schiffer te hace señas y le dices que no, que sólo quieres subir la montaña. La montaña y tú. Lo siento Claudia, otra vez será.






Dejas atrás el paso subterráneo para enfrentarte con tu reto.



                             

Disfrutas del paisaje gallego. En algunos tramos te encuentras con estructuras de principios del siglo XX que aún funcionan. Los típicos lavaderos con una continua corriente de agua que se alimenta de los riachuelos ¿Puede superar esto la revolución industrial? Y pensar que aún hay gente buscando el movimiento continuo.


    


Mires dónde mires tus ojos vagan por un mundo de ensueño. A tu izquierda descubres un campo de maíz y te viene a la cabeza la empanada de zamburiñas.





Atraviesas Ameixoada por su calle "Camiño de Agrelo" ¿Hay algo más enxebre?






Comienzas la subida. Ésta es la parte más dura. El sudor salpica tu camiseta. Llegas al puente sobre la vía rápida. Puente que atraviesas para volver a perderte en el bosque. La civilización es de lo que estás huyendo.





Totalmente perdido en la inmensidad del bosque disfrutas del sudor y de tu respiración entrecortada. Esta parte del trayecto es la más empinada. Pero la naturaleza no es tan cruel como para torturarte eternamente, y sin previo aviso te regala la vista con un pequeño mirador que a la vez sirve de descanso.

Atacas la segunda ascensión, y poco más adelante te cruzas con la caravana de Stromboli. sabes que el camino que te queda hasta la cumbre es más largo, puesto que no es la primera vez que lo recorres, pero también sabes que su pendiente es algo más suave que la de la primera subida.





No es la primera vez, pero aunque no sea camino virgen sabes que te gusta, que disfrutas recorriéndolo. Eres el amante de la montaña, la necesitas para escapar de la realidad diaria que te agobia. Necesitas sentir el sudor bañando tu cuerpo fruto de tu pasión por alcanzar la cima. Te deleitas con cualquier pequeño detalle como  el charco que nunca se seca. Año tras año continua en el mismo lugar, llueva o no.







Y finalmente el momento cumbre. La cima.
Ante ti la Cruz del Paralaia y toda la Ría de Vigo a tus piés.















Y la vista de la flota de bateas en formación en cuña, prestas a abatir al enemigo disparando pan de higo. O disparando mejillones que requiere de más coj... ( Me ha salido el Quevedo que llevo dentro).







Finalmente te acercas a la cruz, te tumbas y admiras sus cinco metros de altura. Cinco metros de madera incrustada en la roca.Y recuerdas Excalibur.






Estás empapado en sudor, pero feliz, relajado, agotado, serotoninado. No se puede describir con palabras. Hay que vivirlo. Hay que verlo.






De repente el sueño se rompe. La realidad te despierta de golpe. Tienes que volver. Tienes que bajar. Tienes que abandonar el Olimpo.





Finalmente regresas, disfrutando de la bajada y añorando la subida, y cuando estás a punto de sumergirte en el mundanal ruido, una nube con forma de perro te sorprende y te regala un último sueño, el sueño previo a un despertar feliz.





La dosis de montaña es suficiente para dejarte sobrellevar el día a día durante un tiempo. Incluso tiene efecto vacuna, porque te impregna el cerebro durante el largo invierno de imágenes de caminos, sombras, eucaliptos, castaños y mar.

Soy adicto.



4 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

¡Pero qué grandes gestas nos marcamos a veces, Hit!
Has sabido plasmar el gozo del encuentro a solas con la Naturaleza, la idea fija en la mente, el esfuerzo físico y la meritoria recompensa.

Que sepa usted que en mi ascenso y recorrido por la Magdalena, (que no tiene nada que ver con el hermoso pasiaje gallego pero también esconde su belleza) recordé la insigne frase que me propusiste pronunciar en la cima, y grité a los cuatro vientos aquello de:

¡¡Joder, lo que me ha costao!!

Enhorabuena, amigo

hitlodeo dijo...

Estamos hermanados por las montañas. Espero que el verano que viene pueda atacar las montañas que veo en la zona de La Safor. Aunque para ello necesito desplegar más medios que los que uso en Galicia (en ésta sólo me hace falta vestirme de corto y ponerme a andar).
La idea me ronda la mente desde que las vi.
Sobre lo de la frase, reconoce que te quedaste a gusto después de gritarla.

LastChild dijo...

Hola, Hit. Te queremos.

Yo también me confieso adicta. Primero fueron los paseos, que se hacían cada vez más largos por aquello de.. "y qué habrá más adelante?" Luego el senderismo en toda regla (rutas gallegas y asturianas). Confieso que después eso ya no satisfacía mi necesidad de montaña y necesité meterme a la escalada. Al principio muy light, en los Picos de Europa. Primero subida al refugio de Urriellu, luego subida en toda regla al Neverón, a la Morra de Lechugales, finalmente... al deseado Torrecerredo. Pero no sé qué tiene la montaña, que pide más. Siempre más. Ya corre por tus venas y es imposible no volver. Un poco más, dices. La última vez. Yo controlo. Soy capaz de dejarlo cuando quiera. Pero un día te encuentras subiendo el Aneto, cruzando el paso de Mahoma, en estado de éxtasis, a pocos metros ya de la deseada cumbre. Y una vez allí, te sientas y te comes el bocata mirando todo esa maravilla con cara de gilipollas. Y te sientes muy pequeñita, y muy afortunada de vivir en un planeta tan hermoso. Y sueñas con el Himalaya, porque soñar es gratis.
El disco intervertebral que has perdido en el camino es lo de menos. Es maravilloso. Volvería si pudiera, pero sé que ya tendrá que ser en otra vida.
Es una droga dura.

hitlodeo dijo...

Hola Last:

Graciias por tu apoyo y el de montañeros anónimos.

Engancha mucho. La paz que se respira arriba es una de las drogas más duras.

Desgraciadamente, aunque no he perdido un disco intervertebral, si que tengo una protrusión cervical. Eso hace que me dedique a la montaña/senderismo, y mejora mi cuello.

Hay que disfrutar hasta el límite de tus posibilidades.

Bicos Last