La verdad es que, aunque como la mayoría me recubro de una fina capa de cosmopolitismo (que no sé si llega a engañar a alguien), este año he dejado salir a mi verdadero yo de provincias. Porque realmente yo soy de pueblo, y en las grandes ciudades me siento extraño.
He hecho lo que no había hecho nunca, comprar unos gorros de esos raros de la Plaza Mayor, ver los puestos, ver la iluminación, sacarme una foto delante del Oso y el Madroño. Que sí, que lo he hecho. La prueba está debajo, donde aparezco con mi gorro chistera-chimenea, con Papá Noel atascado.
La iluminación de la Calle Mayor estaba bastante lograda, aunque aconsejo verlo in situ, porque en la foto no se aprecian bien los colores de las luces.
La de la Gran Vía recordaba más a Broadway. Que queréis que os diga, a mi me gustan más las luces de bolitas, angelitos, campanas...
Y, finalmente, apareció ante mis ojos el árbol de Navidad iluminado de Sol, por delante del letrero de Tío Pepe (¿tendrá relación con el restaurante chino?). Entonces, como una vulgar polilla sentí una fuerza irresistible que me llevaba hasta él.
Me calé la boina hasta las orejas, y con toda mi familia me metí dentro del árbol donde hice la foto de abajo. Si esa foto fuera un cuadro pintado por Miró valdría millones, pero como no lo es, sólo vale el recuerdo de un día muy divertido con los mios. Aunque pensándolo bien no hay Miró que pueda pagar eso.
Empezó octubre apretando un poco el acelerador en el trabajo y, con una presión leve pero constante, fueron aumentando las revoluciones del trabajo hasta llegar a un noviembre de ansiolíticos que fue atravesado directamente hacia un diciembre de circuito de Fórmula 1 sin boxes de ejecución del presupuestoycorreccióndedesviacionesdelgastoquenopodíandarseyurgenciasen
