¿Quién puede ser el zumbao que se levante a ver amanecer en verano? No, nada de romanticismo, nada de que has ligado y tienes que quedar bien, nada de que estás borracho con la cara cubierta de arena y las primeras luces del Sol te duelen como a un vampiro. Un pirao que se levanta antes de las 07:00, en verano, de vacaciones (sino no tiene ningún mérito, es obligación), para ver amanecer y luego liarse a caminar como si quisiera alcanzar el horizonte. ¡Qué bonito ma quedao esto! Me lo tengo que apuntar. ¡Quién va a ser! Servidor. Y que conste que no iba a comprar pan, ni tabaco, ni comida, ni na de na. Simplemente salía a caminar por el mero gusto de hacerlo, y como en verano en Levante el Sol aprieta bastante, decidí hacerlo temprano, y ya puestos por qué no ver amanecer.
La verdad es que levantarse a estas horas y encontrarte únicamente con el personal del Ayuntamiento arreglando jardines, barriendo aceras, limpiando la playa, vaciando papeleras, es decir, montando la ciudad como nos gusta encontrárnosla y no como la dejamos, es un gusto. Ellos trabajan en silencio, y se afanan bastante, y el madrugador se encuentra una ciudad recogida, con la arena de la playa recién planchada, y un ambiente fresco donde se respira paz. Miras hacia el mar, y empiezan a adivinarse los rayos del Sol tras la línea del horizonte. Te quedas de pie viendo el alumbrao de esta Feria natural mientras las gaviotas vuelan desperezándose. Entonces piensas, ha merecido la pena,..., pero no lo vuelvo a hacer. ¡Joder qué sueño!
Tras la maravillosa sesión matinal de cine natural, y ya que estoy despierto, me pongo a caminar. Sabía que había un castillo en Gandía, el Castillo de Bairén, y había visto que se podía llegar a él sin cruzar la autovía, aunque no entendí muy bien las explicaciones de como hacerlo. Además vi que existía una zona pantanosa entre la ciudad y el Castillo. Dos datos, dos lugares a los que quería llegar, y muchas incógnitas. La aventura estaba servida. Comencé a caminar.
Cada paisaje de España tiene su encanto. Lo que hace que nos asombremos de unos u otros suele ser la distancia a nuestra residencia habitual, cuanto más lejos más nos llama la atención. Yo al vivir actualmente en el Centro me asombro de y con todos los paisajes.
En Valencia en verano puedes ver campos de naranjos inmensos con casas típicas de la zona, o chimeneas gigantes, reminiscencias de antiguas fábricas de ladrillos.
Continuando con la búsqueda del castillo atravesamos carreteras locales por donde pasa algún coche y muchas bicicletas, y donde los laterales son invadidos por las cañas, o limitados por los cultivos. Al fondo, sobre la montaña, aparece el castillo. Aún queda camino, pero ya puedo verlo.
En cierto momento llego hasta el paso subterráneo de la vía del tren. Aquí hay que tener cuidado, ya que los coches pasan bastante rápido, a pesar de ser muy estrecho, y en ambas direcciones.
Poco más lejos, justo al pasar el Cuartel de los Bomberos, en la cuneta de la carretera, encontramos una forma de cruzar la autovía sin jugarnos el cuello, por el túnel por donde bajan las riadas de las lluvias. En este primero hay que pasar un poco acuclillado, pero no hay que arrastrarse.
Esto parece ya "El Último Superviviente". Behind the musgo, and below the bridge.
Tras atravesar dos pasos subterráneos más, estos se cruzan de pie, cogemos el camino de subida al castillo. Aquí volvemos a encontrarnos con paisajes de ensueño, como el río de naranjos entre las montañas de La Safor, que discurre verde y caudaloso.
Me acerco al castillo, el Sol se asoma por entre sus murallas derruidas, y según subo, el Castillo de Bairen, sus ruinas, se muestran ante mí, y ahora ante vosotros.
No tiene un gran desnivel, unos 180 metros, y aún así la ciudad y sus grandes torres de apartamentos parecen minúsculas.
Toca bajar y buscar el segundo punto, el segundo tesoro para la vista: el pantano, o lo que sea.
Preguntando, llego hasta una curiosa casa. Una casa que, al acercarme, descubro que es una oficina de turismo, aunque está cerrada. La rodeo y me encuentro con Los Marjales. Resulta que los pantanos no eran tales, eran Marjales, agua que se filtra por el interior de las montañas, baja por el subsuelo, y sale a la luz cuando encuentra terreno impermeable, creando un oasis que sirve de aula natural y de lugar de relajación y descanso.
He encontrado el segundo tesoro y me siento bien, muy bien.
Tras salir del paraiso de los Marjales me pregunto a que distancia estaré del centro de la ciudad. Por el momento solo soy capaz de ver campos de naranjos, de pimientos, palmeras,... Y sin embargo, tras apenas quinientos metros se encuentran las grandes torres de apartamentos de la playa de Gandía. Tan cerca de la civilización, y sin embargo tan lejos.
Ya de regreso, casi al lado de casa, cruzo el río Serpis, que este verano, y tras un año de sequía, muestra un aspecto bastante pobre en agua, pero rico en vegetación.
La aventura llega a su fin, el recorrido ha sido largo (unos 18 kilómetros) y estoy cansado, pero contento y relajado. He conseguido alcanzar los dos objetivos que me había planteado, y he disfrutado de un amanecer y unos paisajes maravillosos.
Entiendo a Peter Pan, yo tampoco quiero crecer. Solo siendo niño siempre se puede disfrutar con cosas tan sencillas.
Os dejo el mapa arriba, y un enlace a la ruta que hice abajo. Espero que hayáis podido disfrutar también de ella, y aquí la tenéis por si queréis realizarla algún día, o visitar los lugares que os he enseñado.