"21:9 Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero.
21:10 Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,
21:12 Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel;
21:13 al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas.
21:14 Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
21:23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.
21:24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella.
21:25 Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.
21:26 Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.
21:27 No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero".
¿Exageración? No. Vi la iglesia. Era circular, las vigas que sustentaban su cúpula eran doce, y ascendían hasta la cima coronada por una cruz. En la base de cada viga, rodeando la iglesia, aparecía grabado el nombre de un apóstol y su símbolo. En su interior el altar se encontraba en el centro de la nave, y sobre él se elevaba la cúpula de cristales, doce cristaleras, doce puertas, que confluían en la parte más elevada como indicando el camino hacia el Cielo.
Creo que algunas veces la realidad supera a la ficción. Pedí un cigarro y fuego. Me senté enfrente y me lo fumé contemplando esa magnífica obra. Hacía diez años que no fumaba. Me lo fumé contemplando esa advertencia. Diez años. Me lo fumé contemplando esa casualidad que mi cerebro supersticioso había convertido en advertencia. Diez años. Allí paralizado frente a esa magnífica estructura. Diez años. La última calada se la di mientras le miraba el culo a una feligresa de buen ver que salía de misa. Al expulsar el humo por mi boca supe que me estaba condenando.
Podéis creer o no, pero aquí dejo el relato y el vídeo de las imágenes como advertencia.