Hace ya un par de años que mi espalda se resintió de nuevo. Esta vez controlé más la situación puesto que ya conocía los síntomas y los efectos ¡Hay que ver lo que cambia tu actitud cuando conoces el mal que sufres!
El tratamiento a seguir era igualmente conocido, siete años antes lo seguí. En un primer momento reposo, relajantes musculares, fisioterapia y, esta vez, salir y pasear a pesar de los mareos. Esta vez sabía que no me caería redondo, que solo era una sensación de inestabilidad. Más tarde, volver al gimnasio a fortalecer la zona afectada con ejercicios supervisados por una fisioterapeuta, calorcito y crema para relajar la musculatura hasta que esta se acostumbrara.
Llegó el verano y, aunque sabía que la recuperación llevaría su tiempo, la paciencia no es una de mis virtudes, si es que tengo alguna. Así que decidí, en un momento en que nadie miraba, escaparme a Siete Picos, en la sierra de Madrid, para probar si podía caminar durante un buen rato por el monte. Esto es algo que me gusta mucho. La naturaleza es un lugar fantástico.
Así pues, me adentré en el Camino Schmidt intentando seguir una ruta de apenas 9 kilómetros, que subía hasta Siete Picos. Todo fue de maravilla. Un sendero de bajada hasta un riachuelito.
Hasta que llegado un punto la bajada terminó y, como me encontraba bien, decidí continuar con la subida. En un principio no era muy pronunciada, pero en cierto momento alguien inclinó el plano de tal forma que tuve que parar dos veces para subir 200 metros. Era la prueba de que no estaba en una forma física siquiera similar a la de hace un año. Pensé en volver por donde había venido, pero el orgullo y una mente analítica que me decía que, aunque tuviera menos pendiente, tendría que subir la cuesta que bajé al comenzar el paseo, me convencieron de seguir adelante.
La recompensa llegó al alcanzar la cima. llegué a uno de los siete picos que dan nombre a la montaña. Me encontré con otros excursionistas que me indicaron por donde seguir para volver al lugar donde había dejado el coche, y cuales eran los picos más fáciles de subir.
La vista era maravillosa, eso sí, estaba agotado.
Aún cansado conseguí subir a uno de los picos. Este era de bastante fácil acceso y el espectáculo era digno de las mejores salas de cine.
Continué caminando, en busca del primer pico, que era el más fácil, según me dijo una pareja, y que tenía un punto geodésico.
En el camino pude observar curiosas formaciones rocosas.
Incluso pase por debajo de esta puerta natural.
Finalmente alcance la base del primer pico, pero no pude encontrar la forma de acceder a su cima. Solo vi una manera, pero me parecía algo complicada, y peligrosa, dado mi estado de forma y el cansancio acumulado.
Por fortuna, en este mundo siempre hay gente que aparece cuando la necesitas para echarte una mano. Una familia de Segovia estaba dando un paseo por la zona, algo que según el padre hacían muy a menudo. Él me explicó por donde se subía, que era por donde yo había supuesto, así que le di las gracias y le dije que lo dejaba para otra vez, porque viniendo solo y con lo agotado que estaba no me fiaba de mis fuerzas para encaramarme a la roca que me daba acceso al resto de la subida. Su respuesta me dejó de piedra.
- Tú no te quedas con el gusto de subir arriba. Subo yo primero, te indico y te ayudo si hace falta. Vengo muchas veces por aquí.
+ Pero le voy a fastidiar el paseo con su familia. Respondí
- Ni mucho menos- Contestaron él y su mujer - ¿Vamos?
Y fuimos. Me indicó el camino, me ayudó en el primer tramo y me pude dar el gustazo de llegar al punto geodésico. Incluso me hizo una foto.
Bajamos y les di las gracias a él, a su mujer y a su hijo. En el monte la gente se ayuda mucho, quizás es porque estamos lejos de la ciudad, y de sus prisas y atascos.
Continué de regreso hacia el coche, cansado pero contento y feliz. Siempre agrada encontrar gente así.
Pero la aventura no había terminado. Con lo que me había costado subir a esta montaña, de repente miré a mi derecha y vi a unos 30 metros de distancia a estos simpáticos animalitos.
Ni que decir tiene que pensé que si se arrancaban a correr a por mí, mi única opción era marcarme un Don Tancredo, porque no tenía fuerzas para correr.
Gracias a Dios siguieron a lo suyo.
Pesan media tonelada y suben hasta allí tan frescos ¡Tengo que adelgazar!
Continué mi camino de regreso observando más formaciones rocosas extrañas, y encontré la Virgen de las Nieves.
Finalmente avisté el lugar donde había dejado el coche y me dirigí hacia él.
La vista del monte conocido como la Bola del Mundo era grandiosa desde mi posición.
La prueba de mi estado de forma fue prematura, pero no un fracaso. Quizás la realicé demasiado pronto, pero la experiencia en su conjunto fue muy buena. Ejercicio, superación, encuentro con gente encantadora, contacto con la naturaleza y no rendirme.
Ya ha pasado un año desde esto y mi forma física ha mejorado mucho. Lo que demuestra que hay que seguir hacia adelante siempre. Hacia atrás solo para coger carrerilla.